Cuatro décadas después del cierre, el "Madrid" sigue siendo recordado y utilizado como referencia de cuantos temas relacionados con la libertad de expresión se ventilan en la prensa diaria. En esta sección se recogen las menciones puntuales que, en las distintas revistas de prensa, se hacen en la memoria del desaparecido periódico. Opiniones, editoriales, tribunas, todo ello será contrastado con el momento de la realidad de la prensa.
Por Juan Claudio de Ramón. 24/05/2019
Conviene recordar también a los hombres que durante el largo franquismo trabajaron por la restauración monárquica en la absoluta seguridad de que también lo hacían por la recuperación de las libertades políticas y la reconciliación de las dos Españas, porque entre otras cosas tuvieron razón. La carrera profesional de José María Ramón de San Pedro experimentó un vuelco cuando en 1950 se incorporó a las actividades empresariales de Juan Claudio Güell y Churruca y también a su activa vida política. Desde 1950 hasta su temprana muerte en 1958, la personalidad más activa en el campo monárquico fue Juan Claudio Güell, conde de Ruiseñada. De forma que se acuñó el nombre de operación Ruiseñada a los intentos de lograr la restauración monárquica a través del entendimiento y no enfrentamiento de los partidarios de la Monarquía con el régimen de Franco. Fruto de esa política fueron las dos entrevistas de Don Juan y Franco en Las Cabezas, finca de Ruiseñada en Extremadura, donde se tomó la decisión -que devino en trascendental- de realizar la educación del Príncipe Don Juan Carlos en España, entrevistas en las que José María Ramón participó de su preparación, estuvo presente y de las que fue cronista.
La operación Ruiseñada terminó mutando en una operación de institucionalización progresiva del régimen, llevada a cabo por personalidades internas al mismo, la «operación Príncipe», que contemplaba la sucesión del general Franco en la persona del Príncipe Don Juan Carlos. La participación de José María Ramón en el activismo por la restauración monárquica no decayó, y mantuvo una relación personal muy próxima a la Familia Real a través de la administración de la casa de S. M. la Reina Victoria Eugenia y el establecimiento de los Príncipes Don Juan Carlos y Doña Sofía en Madrid. A partir de 1965 se relanzó la actividad política monárquica y José María Ramón fue nombrado miembro del Consejo Privado de Don Juan y del nuevo secretariado permanente de la causa monárquica, que dirigió José María Areilza.
Don Pedro Sainz Rodríguez buscó establecer una relación directa con Franco, y le dirigió una carta solicitando su vuelta a España. Sobre Don Pedro, además de las reservas políticas que Franco tuviera en su contra, pesaba otra de carácter moral: la acusación de ser masón. José María Ramón -que en la etapa anterior había mantenido una relación con Franco, surgida de audiencias y gestiones más o menos discretas; una de ellas fue la concreción y actualización de los derechos económicos de la Reina Victoria Eugenia por tratado de matrimonio entre una Princesa inglesa y el Monarca español- sugirió la mediación de un sacerdote de gran prestigio, el padre Rodrigo Baeza S.J., que visitó a Franco y caucionó la probidad religiosa de Don Pedro. Franco -bien porque así lo creyera o le conviniera hacer ver que se lo creía- aceptó el aval del jesuita y abrió una línea de comunicación directa entre El Pardo y Estoril, que pasó por José María Ramón. Y esa función de enlace fue la acción discreta de José María Ramón en plena lealtad con Don Juan, con Don Juan Carlos, con don Pedro y José María de Areilza, en la que quizás en algún caso no contó lo que no le preguntaron. Franco no quería, al nombrar sucesor a título de Rey, disensiones en el campo monárquico. Tenía un grandísimo respeto por la Reina Victoria Eugenia y no quería ninguna desautorización de su persona -esperó a su muerte para nombrar sucesor. Quería garantizarse la aceptación por parte de Don Juan Carlos de la sucesión y un control de daños en Estoril. Los mensajes que fluyeron entre Estoril -Don Pedro- y El Pardo, probablemente solo tres personas los conocieron. Y así fue que en los primeros días de mayo de 1969, José María Ramón pudo escribir a don Pedro anunciándole que la decisión estaba tomada, que era irreversible y que la Embajada en Lisboa tenía instrucciones de darle su pasaporte. Don Pedro se personó en Madrid y tuvo una importante entrevista con Don Juan Carlos y volvió a Estoril, donde se recibió el anuncio del nombramiento de sucesor el día 16 de julio de 1969. En ese mismo tiempo, José María Ramón participó en la aventura democrática del «Diario Madrid» con sus amigos Rafael Calvo Serer y Antonio Fontán.
El 24 de mayo de 1994 fallecía José María Ramón, Rey servido y Patria honrada, víctima de un infarto cerebral. En la misa que se celebró a las pocas horas de su muerte, su viejo amigo, el anciano padre Baeza, que había facilitado la relación directa Estoril de don Pedro Sainz Rodríguez con Franco, dijo con voz entrecortada por la emoción; «José María. José María fue un patriota». Un patriota que navegó una época difícil, fiel a sus principios liberales y monárquicos, y dedicó su vida a su familia y a la reconstrucción de España, de sus empresas y de su convivencia.
Por Juan Luis Pérez Alvajar
De Alfonso Abelenda (Coruña, 5 de octubre 1931-A Coruña 21 marzo 2019), de su precoz vocación plástica ambientada por su madre, la pintora Pilar Escudero, y su abuelo el escultor, Saturnino Escudero y de su formación orientada por el pintor Mariano García Patiño, han escrito estos días los periódicos coruñeses La Voz de Galicia y Opinión y se ha ocupado Afundación de la Obra Social Abanca. Han recordado el éxito de su primera exposición en Coruña a la altura de 1954, que le permitió unirse al grupo que formaban José María Labra, Antonio Tenreiro y Lago Rivera, Tomás Pereira y Alejandro G. Pascual, que fue llamado la “Generación de los Insurgentes” o “Grupo de Escisión”.
Cursó en la Universidad de Santiago de Compostela dos años de la Licenciatura de Matemáticas que eran preceptivos para el ingreso en la Escuela de Arquitectura y se trasladó a Madrid donde tuvo el apoyo de sus paisanos los inolvidados arquitectos Vázquez Molezún y Fernández Albalat y recibió clases de dibujo en el Casón del Buen Retiro para preparar los exámenes que superó en 1956. Su carrera académica se interrumpe dos años para cumplir el servicio militar obligatorio al que dedica dos años que por sorteo hubo de prestar en África, donde colaboró en un diario de Tetuán y viajó por Xauen o Bab Tazza. Su padre, el doctor Abelenda, admiraba sus dibujos y sus pinturas, pero le quería arquitecto para que no acabara en la bohemia. Pero su desviación se impuso y las colaboraciones en La Codorniz le abrieron la senda de una dedicación profesional. Por ahí, de la mano de Chumy Chúmez se aproximó al diario MADRID de la última época, la que va de septiembre de 1966 a noviembre de 1971, para ilustrar las colaboraciones sabatinas de Moncho Goicoechea que aparecían bajo el título de Página P.
Abelenda coincidía con el Nobel Orham Pamuk en que lo más próximo es lo más extraño y trataba de expresar eso que todos saben pero que no saben que lo saben. Igual que Moncho prefería dejar que la inspiración le tomara al asalto en cualquier momento para dejarse impregnar por ella y llevarla de la mano a la viñeta de la Página P. Colaboró también con el semanario Cambio 16, ganó la Paleta Agromán de humor y la medalla del II Salón Nacional de Humoristas. En 2005 ingresó en la Real Academia Gallega de Bellas Artes. Dejemos que otros hablen de su pintura.
Por Miguel Ángel Aguilar
El pasado verano, a punto de cumplir los 74 años, moría en Vigo José Luis Souto. Su pérdida confirma esa ley inexorable según la cual los supervivientes de cualquier beau geste son siempre una nómina declarada a extinguir. Así sucede también con la compuesta por aquellos que trabajamos en el diario MADRID defendiendo las libertades, como se recuerda en la placa fundida en bronce obra del escultor Julio López Hernández en el chaflán de Pardiñas y Maldonado. Nuestro amigo José Luis Souto, de figura e inteligencia imborrables, fue un colaborador excepcional de la etapa del MADRID independiente, que se inicia en septiembre de 1966 al asumir la presidencia de la editora Rafael Calvo Serer y concluye con la Orden de cierre del 25 de Noviembre de 1971, dictada por el gobierno del general Franco, hace ahora 45 años. Coordinaba junto con Antonio López Delgado, los contactos y la urdimbre de la “página tres”, espacio editorial donde se exploraban las posibilidades críticas que parecía haber abierto la Ley de Prensa e Imprenta impulsada por el ministro Manuel Fraga. En la segunda planta del edificio de General Pardiñas esquina a Maldonado, que sería demolido en una voladura controlada de la empresa Volconsa (Voladuras Controladas, del grupo Explosivos Rito Tinto) José Luis Souto aportó saberes, sumo habilidades dialécticas y trabó amistades, mientras el ministerio de Información incoaba expedientes sancionadores iniciados desde 1966. Es conocido su reto, lanzado a los directivos editoriales del periódico, el 30 de mayo de 1968, cuando el artículo "Retirarse a tiempo: “No al General de Gaulle” causó cuatro meses de suspensión: “No os preocupéis, soy capaz de rellenar yo solo toda la página tres durante varios meses”. Esa capacidad periodística le hizo merecedor del calificativo de “incansable escriba” en toda la crisis del periódico ahora hace 45 años. La deriva de Souto tras la aventura del “Madrid” le llevó a desempeños en la defensa del patrimonio histórico artístico en compañía de Santiago Amón. Fue número 3 de la candidatura del PSOE por la circunscripción de Cuenca, en las primeras elecciones de junio de 1977, tras Virgilio Zapatero y Justo Zambrana, sin que los votos cosechados le alcanzasen para su proclamación como diputado.
La historia del diario "Madrid" guardará el recuerdo de José Luis Souto, unido a las esperanzas e intentos de aquellos años. Valieron la pena.
Por Onésimo Díaz Hernández (Historiador Universidad de Navarra)«Para unos, Rafael Calvo fue un intelectual perdedor; para otros, un ejemplo de hombre de ideas por las que valía la pena dar la cara, a pesar del alto precio pagado»
Se cumple el centenario de Rafael Calvo Serer, nacido el 6 de octubre de 1916 en Valencia, controvertido personaje de la historia reciente de España. Hombre de sólidos principios, monárquico y católico, se atrevió a criticar el régimen del general Franco en dos ocasiones, y esa postura le costó el cese en la dirección de una revista y de un periódico.
Cuando Calvo estudiaba Historia en la Universidad de Valencia fue presidente de los Estudiantes Católicos y vicepresidente de la Juventud Católica en su ciudad. En marzo de 1936 participó en una reunión de líderes estudiantiles en Madrid y unos amigos le presentaron al fundador del Opus Dei. En abril, tras una larga conversación por las calles de Valencia con san Josemaría Escrivá, Calvo se incorporó al Opus Dei. En los años cuarenta, realizó una intensa actividad intelectual, como catedrático de Historia y director de la. revista Arbor, editada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y de la colección de libros «Biblioteca del Pensamiento Actual» de la editorial Rialp.
Calvo entabló amistad con Torcuato Luca de Tena, director-gerente de Prensa Española y poco después director del ABC. En la tercera página de este periódico, Calvo publicó su primer artículo, titulado «La Internacional de las minorías», el 29 de abril de 1950. Sostenía la creación de una nueva internacional, con centro de operaciones en la capital de España, que eclipsase a las internacionales comunista y capitalista. No fue la última vez que el profesor valenciano firmó una colaboración en el ABC. Algunos de sus artículos sufrieron el lápiz rojo de la censura controlada por el ministro de Información, Gabriel Arias Salgado. Por otra parte, Calvo y Luca de Tena coincidieron en las tertulias monárquicas celebradas en casa del empresario Juan Antonio Bravo, en las que solían participar Gonzalo Fernández de la Mora, Antonio Fontán, Florentino Pérez Embid, Roberto Saumells, Antonio Milán Puelles, Vicente Marrero, Santiago Galindo, José Miguel de Azaola y Miguel Siguán.
Después, siempre en ejercicio de su libertad profesional, Calvo participó en el debate político y cultural. Su postura personalísima le llevó al enfrentamiento con la dictadura en 1953, como consecuencia de la publicación de un artículo en oposición al régimen del general Franco en la revista Écrits de Paris. Por esto fue cesado de la dirección de la revista Arbor. Estas páginas iban dirigidas contra la política cultural del ministro de Educación Nacional, Joaquín Ruiz-Giménez, partidario de una «mano tendida» a escritores liberales de la generación del 98 y del 14. como Unamuno y Ortega. La reacción de las autoridades gubernamentales fue durísima: según el testimonio del conde de Vallellano, se consideró la posibilidad de abrir expediente al catedrático valenciano por su condición de funcionario del Ministerio de Educación y se debatió en torno a las posibles sanciones. Después de la de-liberación del Consejo de Ministros, Ruiz-Giménez confirmó el cese de todos los cargos que ocupaba en el CSIC. Una de las escasas muestras de apoyo partió de su amigo Luca de Tena, que acababa de ser cesado de la dirección del ABC por el Gobierno
El Gobierno clausuró temporalmente el periódico presidido por Calvo y dirigido por Fontán. El Madrid siguió cosechando multas y cierres, hasta que en 1971, a raíz de la aparición de un artículo en Le Monde contra Franco y Carrero, fue cerrado definitivamente por decisión gubernamental. Para más detalles sobre estos y otros hechos se puede ver mi libro (coautor junto a Fernando de Meer) Rafael Calvo Serer. La búsqueda de la libertad. Calvo se enfrentó en dos ocasiones a Franco, y las dos veces salió derrotado políticamente, aunque a la larga sus ideas favorables a la monarquía triunfaron tras la muerte del general. Para unos, Calvo fue un luchador en favor de causas perdidas, un intelectual perdedor. Para otros, Calvo fue un ejemplo de hombre de ideas por las que valía la pena dar la cara, a pesar del alto precio pagado, un intelectual soñador.
Por Enrique Clemente (La Voz de Galicia)«El régimen suspendió durante cuatro meses el «Madrid» por un artículo que de forma implícita demandaba la retirada de Franco»
La imagen de la voladura del edificio del diario Madrid el 24 de abril de 1973 quedará como un símbolo de la represión de la libertad de expresión en las postrimerías del franquismo. El popular vespertino, convertido en referente del incipiente aperturismo en la etapa final de la dictadura, había publicado su último número el 25 de noviembre de 1971, tras el cierre ordenado por el Gobierno. Antes, hoy hace cincuenta años, fue secuestrado y suspendida su publicación por un artículo titulado «Retirarse a tiempo: No al general De Gaulle», firmado por Rafael Calvo Serer, presidente del diario. Era el punto álgido de una persecución política jalonada con «expedientes, sanciones y amenazas gubernamentales que empezó en 1967» y alcanzó a los periódicos que, como La Voz de Galicia, apostaban por las libertades, según explica Carlos Barrera, profesor de Periodismo de la Universidad de Navarra y autor del libro Diario Madrid, realidad y símbolo de una época.
«Lo que ha quedado claro es la incompatibilidad de un Gobierno personal o autoritario con las estructuras de la sociedad industrial y con la mentalidad democrática de nuestra época en el contexto del mundo libre», escribía Calvo Serer. Se refería a Francia, inmersa en el Mayo del 68, pero se podía leer como una demanda para que Franco dejara el poder. El articulista lo dejaba claro. «España -señalaba- mantiene una semejanza de situaciones sociales y políticas con el vecino país.». A partir de ahí, se sucedían los paralelismos: «Si a Francia se le presenta el problema de la sucesión de De Gaulle y del régimen de la V República, también con estas características está planteado en España». Calvo Serer se preguntaba quién habría de ser «el jefe del Estado que reuniera las mejores condiciones» para resolver esos problemas. «Demasiada dinamita, aunque en ningún momento se invitara de forma explícita a Franco a retirarse», afirma Barrera.
Procesamiento
Miguel Ángel Gozalo tenía entonces 29 años y era subdirector del Madrid. Aquel día, el director, Antonio Fontán, estaba de viaje. «El artículo me lo pasó Calvo Serer, lo vi con Amando de Miguel, nos pareció fantástico y se publicó», relata a La Voz. «Era tan obvio que no hacía falta ni leerlo para saber qué quería decir», añade. El diario fue secuestrado ese mismo día. Aunque, como recuerda Barrera, «el secuestro administrativo no logró detener toda la distribución de los ejemplares y llegaron a bastantes puntos de venta». Al día siguiente, el régimen decretó la suspensión del diario durante dos meses, que se convirtieron en cuatro al reactivarse otro expediente anterior que no se había resuelto. «Fue un golpe duro que atemorizó al resto de la prensa», sostiene. Gozalo fue procesado, al igual que el autor del artículo, en aplicación de la Ley de Orden Público. El fiscal pidió cuatro meses de cárcel, pero al final el caso se sobreseyó. «Las consecuencias fueron grandes para las cuentas del periódico, que no pudo contar con ingresos publicitarios ni de venta de ejemplares durante ciento veinte días, pero también fueron bastantes las personas que desinteresadamente ayudaron al diario para sufragar las pérdidas y que así pudiera reaparecer», relata Barrera.
Crítico dentro de lo posible
¿Qué representaba el diario? «Madrid fue, desde la apertura que supuso la nueva ley de prensa de 1966, el diario nacional que mostró más desapego con el régimen de Franco», asegura Barrera. «Fue crítico con el poder político en la medida que era posible, pues los márgenes de libre opinión e información eran borrosos y dependían fundamentalmente de la mayor o menor manga ancha de los Gobiernos o del entonces ministro de Información, Manuel Fraga», añade. «El Madrid iba a contracorriente, se hizo portavoz de lo que no existía, la oposición, y de lo que iba a venir, la Transición», señala Gozalo. Calvo Serer y Fontán eran miembros del Opus Dei y pertenecían el consejo privado de don Juan de Borbón, abuelo del rey actual. «Sin renunciar a la monarquía como salida política del régimen, su propósito más inmediato era reformarlo desde dentro en un sentido democratizador, exprimiendo las posibilidades aperturistas que marcaban las leyes», afirma Barrera. «Para preparar ese futuro democrático aglutinó a jóvenes periodistas y decenas de colaboradores, de muy diverso pelaje ideológico, que vieron en el periódico un lugar de convergencia y discusión», señala. «Lo que más molestaba del Madrid era su tibieza en la adhesión al régimen, que se mostraba también día a día en las páginas de información», concluye.
Por Carlos Barrera (El País)«Se cumple medio siglo del artículo "Retirarse a tiempo. No al general De Gaulle"»
Hace hoy 50 años que desde las páginas de un diario madrileño se invitaba a un general a retirarse. No, no era Franco sino De Gaulle, a juzgar por su título, pero la lectura entre líneas invitaba a pensar en el otro, especialmente cuando su autor hablaba de la “semejanza de situaciones sociales y políticas con el vecino país”. Así lo entendió la generalidad de la opinión pública del momento y, sobre todo, el gobierno. Ocurría esto un 30 de mayo de 1968, el diario en cuestión era Madrid y el escritor del artículo Rafael Calvo Serer, catedrático valenciano y entonces presidente del consejo de administración del periódico. El resultado fulminante fue el secuestro de esa edición, la suspensión del periódico por cuatro meses, una multa de 250.000 pesetas y el procesamiento del director en funciones y del autor ante el Tribunal de Orden Público.
Repasando papeles y documentos de archivo con los que escribí mi tesis doctoral sobre el diario Madrid, luego convertida en libro, me encontré recientemente con una copia del original escrito de dicho artículo, con los tachones y reescrituras típicos de aquella época en que no había ordenadores. Acompañándolo a modo de presentación, el propio Calvo dejó escrito de su puño y letra: “Manuscrito de un artículo del que se hablará algún día (31.5.68)”. Desde luego, dio mucho que hablar. Y hoy más que nunca es un día para volver a hacerlo porque las cosas se olvidan y la desmemoria hace estragos en ciertos discursos políticos actuales.
Aunque la autoría final fue única y asumida por Calvo, era práctica habitual en el periódico que editoriales o artículos surgieran de las reuniones semanales conocidas como las “cenas de los miércoles”. Uno de los asistentes, el entonces joven sociólogo Amando de Miguel, que también firmaba regularmente sus colaboraciones en la página 3 de Madrid, recuerda que incluso sugirió que el título final fuera simplemente "No al general", pero al final el propio Calvo le añadió las tres palabras del antetítulo y se decidió también añadir el nombre del general, aunque de poco serviría luego. Muchos años después, De Miguel comentaría con ironía que, de haberle hecho caso a él, “creo que nos habrían fusilado al amanecer”.
El interés de Calvo Serer por Francia venía de antiguo. Era un país que conocía bien por haberlo visitado muchas veces, mantener relaciones regulares con intelectuales franceses y escribir sobre sus problemas en distintas publicaciones y, en los últimos dos años, en el propio diario Madrid. Pero el tiempo no era el más oportuno. Llovía sobre mojado. El diario, sometido a una estrecha vigilancia por parte del ministro de Información, Manuel Fraga, había acumulado un buen número de expedientes desde comienzos de 1967. Cuando salió a la luz la edición del jueves 30 de mayo, con el “Retirarse a tiempo” anunciado en portada, enseguida se procedió a su secuestro y a la incoación de un expediente por vulneración de la Ley de Prensa. Como el viernes 31 había Consejo de Ministros y Madrid era vespertino, ese día ya no se publicó el periódico al activarse uno de los anteriores expedientes. Era evidente que los dos meses de suspensión serían cuatro en cuanto se resolviera el nuevo expediente por este artículo.
Nunca un diario había recibido una sanción tan dura desde la Guerra Civil. ¿Tan grave era lo que se decía, o tal vez se insinuaba, en aquel artículo? El expediente abierto se refería a “los términos, alusiones y conceptos menospreciativos que del citado trabajo se desprenden para la suprema Jerarquía de nuestra Nación y la Institución que en él se encarna, aludida de manera clara y directa”. Propiamente hablando no se hablaba en él de España hasta los tres últimos párrafos, pero al apuntar entonces la semejanza de situaciones entre ambos países todo lo escrito anteriormente podía leerse –entre líneas– a la luz de las similitudes; por ejemplo, cuando hablaba de “la incompatibilidad de un gobierno personal o autoritario con las estructuras de la sociedad industrial y con la mentalidad democrática de nuestra época”. Para el ministerio, la intención de identificar a ambos jefes de Estado era evidente, y de ahí la dureza represiva y la rapidez con que actuó.
Quien se tuvo que retirar por un tiempo, por cuatro meses, fue el diario Madrid, al que aún le quedarían dos años y medio de difícil existencia hasta el cierre gubernamental definitivo de noviembre de 1971: unos años que su director, Antonio Fontán, calificó como “un viaje por los incómodos senderos de la discrepancia”. Quienes hoy en día utilizan demagógicamente el mantra del franquismo para calificar y denostar nuestro sistema democrático se olvidan de cómo se las gastaba aquel régimen contra quien osaba discrepar, siquiera fuese entre líneas. Las comparaciones son odiosas.