Bajo este título se recogen a continuación los textos remitidos por diversas personalidades que, aún sin haber colaborado en su día en las páginas del Madrid, han querido aportar su valoración personal sobre lo que significó la aventura del Diario Madrid. Estos testimonios, alrededor de doscientos, aparecen publicados en el libro conmemorativo del 30 Aniversario del cierre del Madrid, " Una apuesta periodística por la democracia y la integración en Europa (2001)".
El diario "Madrid", visto con la perspectiva que dan estos 30 años transcurridos desde su cierre por orden del Gobierno del general Franco, fue un catalizador de las ansias de libertades y de los deseos de ver extinguido el poder autocrático, que ya empezaban a despuntar en la España de entonces.
Su forma de rehusar cualquier expresión de pleitesía a Franco, su apuesta primordial por los editoriales y comentarios de intención política aperturista y el reflejo que había en sus páginas de noticias conflictivas -tanto porque daban cuenta de conflictos sociales como porque le deparaban al diario frecuentes y graves tensiones con el Gobierno- le convirtieron en un inadmisible símbolo de rebeldía a los ojos de quienes querían seguir manteniendo "el orden".
El Madrid fue un adelantado de los impulsos que poco más tarde dieron su fruto, en la transición. En lo que llevaba de razón, pagó el infortunio de anticiparse al momento en que la evolución política y el consenso social alcanzaron la madurez para alumbrar el cambio. Pero los profesionales que protagonizaron aquella aventura pueden, afortunadamente desde hace ya mucho tiempo, sentir el orgullo de reconocer en nuestra democracia consolidada muchas de las exigencias por las que ellos lucharon, al precio de perder su puesto de trabajo, hace ya 30 años.
Por algún motivo psicológico, la memoria es siempre selectiva: nos aferramos al recuerdo grato y remitimos al piadoso olvido lo doloroso o lo amargo. Y así, la Transición es para la inmensa mayoría de quienes la vivimos una secuencia cargada de ilusiones y esperanzas, que marcó la historia futura de nuestro país, y puso los fundamentos del nivel de progreso al que hemos llegado. Pero, seríamos injustos si no recordáramos que, en ese período, también hubo acontecimientos amargos, que marcaron la vida de todos y sacudieron a aquella sociedad española. El del diario Madrid, entre otros.
Visto con la perspectiva que hoy nos da la distancia, el cierre del diario Madrid, hace ahora treinta años, fue, con el asesinato de Carrero Blanco, uno de los pistoletazos de salida de la Transición. El viejo régimen, incapaz de modernizarse por sus anclajes insolubles con el pasado, no sabía cómo resolver las demandas de libertad de la propia sociedad civil, que se le rebelaba. Y la clausura del medio de comunicación que alentaba con más énfasis las expectativas de cambio de los ciudadanos no fue más que la prueba de que se abrían abismos entre las demandas sociales y las acartonadas respuestas insatisfactorias del sistema. Por supuesto, aquella medida ejemplarizante causó efecto inmediato, devolvió la palidez ideológica al mundo informativo, pero dejó también el germen de una rebelión interior en el cuerpo social que se haría operativa poco después.
El Madrid no volvió a la vida, pero la gran mayoría de los medios tomaron poco después el relevo en aquella función de representación colectiva que la prensa tuvo que asumir en los años difíciles en que la sociedad no tenía cauces políticos para expresarse. En cierto modo, aquella actuación como conciencia crítica, fue recibida en herencia por todo el complejo mediático, que desempeñó un papel relevante en la estructuración del cambio, en la decantación del modelo democrático. Por tal motivo, todos quienes estuvimos entonces, en distintas esferas de responsabilidad, en el ámbito de los medios de comunicación, mantenemos una deuda de gratitud con el viejo Madrid
Un signo de que estoy envejeciendo es que soy testigo y memoria viva de grandes acontecimientos históricos de los últimos años del franquismo y de toda la transición, de la elaboración de la Constitución y del funcionamiento del Parlamento desde la legislatura constituyente (1977-1979) hasta la segunda legislatura (1982-1986).
Uno de los primeros, y por ser más juvenil, de una hermosura grande, fue la etapa democrática del diario Madrid, que va desde septiembre de 1966 a noviembre de 1971, un poco más de cinco años de un tiempo muy intenso. Se vislumbraba en lontananza el final del franquismo, y aquellos hombres que querían estar en primera línea y contribuir a la transición, como "Triunfo" o "Cuadernos para el Diálogo". Pero ellos eran un diario y tenían más posibilidades.
Empezaron a contar conmigo para asesoramiento jurídico, y también hice algunas colaboraciones, no siempre con mi nombre, sino con el de Matías Alarcón, nombre y segundo apellido de mi abuelo materno. Defendí a Miguel Ángel Aguilar en un expediente y un proceso por un editorial que llevaba un inofensivo título, que hoy hubiera hecho sonreir: "La protesta no es siempre moralmente condenable". Entonces parecía que se hundía el mundo y que se atacaba el corazón del sistema, incapaz de resistir la menor crítica. Vino también "Retirarse a tiempo. No al General De Gaulle", en mayo de 1968, donde los suspicaces censores vieron un paralelismo de un mensaje que en realidad se refería al General Franco. Fraga, siendo Ministro de Información, le sancionó con cuatro meses de suspensión de la publicación.
Otra causa de gratitud hacia la memoria del Madrid y de todos los que lo hicieron posible fue su actitud ante el asesinato de Enrique Ruano por la policía. Fue el único que con cautela informó de la noticia. Entonces era casi una heroicidad. Mi recuerdo a quienes lo hicieron posible, y a Antonio Fontán y a tantos periodistas que hicieron su andadura profesional y que enraizaron allí una idea moral del periodismo, desde Miguel Ángel Aguilar, Pepe Oneto, Alberto Míguez, José Vicente de Juan, Federico Ysart, Román Orozco o Chumy Chúmez, entre otros. También estaba allí Miguel Herrero.
Sánchez Bella, siendo Ministro, intentó nombrar un director, y como no lo consiguió porque lo rechazó la empresa y la redacción, canceló la inscripción de la empresa el 25 de noviembre de 1971. Los jueces, como tantas veces, hicieron verdad de una forma de ser: sumisos ante los dictadores, y críticos y libres en las sociedades democráticas.
Fue, en todo caso, una hermosa experiencia, que me permitió conocer muchas gentes nobles y honradas, y también, dentro y fuera, muchos comportamientos miserables. Como siempre, maldecir y aprovecharse en beneficio propio, o crear y poner una luz en la barricada, son las dos opciones posibles. Sólo la segunda vale la pena, y esa fue la del diario Madrid.
Hace ya treinta años que desapareció el diario Madrid y es de justicia recordar lo que significó el periódico eliminado por la censura franquista al que se quiso destruir la imagen incluso, físicamente, con la voladura del edificio. Pero no lograron borrar su recuerdo de la memoria de quienes apostaban por la libertad y por la democracia en España. Eran años difíciles para quienes habían “optado por la tierra y perdido la libertad”. Salvador de Madariaga un día del mes de junio de 1962 al invitarnos junto con los exiliados que “habían optado por la libertad y perdido la tierra”, a buscar conjuntamente el camino que nos condujera a la España de la libertad.
Y en aquella década de los sesenta, en un clima de paroxismo nacionalista, cuando se levanta esa bandera de la libertad y de convivencia que fue el diario Madrid. Hay un grupo de empresarios, entre los que destacó Luis Valls Taberner que impulsa esta iniciativa, que permitieron a quienes desde el campo de la monarquía liberal se lanzaran decididamente a esa aventura. Son sobre todo Rafael Calvo Serer y Antonio Fontán quienes convocaron a distintos sectores de opinión y lograron reunir en las páginas del Madrid un amplio pluralismo de opiniones. Rafael Calvo me dijo en 1962, cuando el “Contubernio de Munich”, que la historia la escribían los historiadores y la protagonizan quienes están en la acción política, pues bien, desde el diario Madrid se protagonizó y se escribió la historia de aquellos años. La Dirección del Madrid, que asumió Antonio Fontán, y su Presidente Rafael Calvo Serer consiguieron la colaboración de Dionisio Ridruejo, Gregorio Peces Barba, Joaquín Garrigues, Carlos Bustelo, Miguel Herrero, Joaquín Satrústegui, José Antonio García Díez, Antonio García Trevijano y un largo equipo de colaboradores.
La redacción formada por jóvenes periodistas, que luego brillaron con luz propia, crearon una de las primeras Sociedades de redacción. Este equipo de periodistas, colaboradores y directivos se conjuntaron perfectamente y consiguieron abrirse camino en aquel mundo proceloso de la censura y la consigna más o menos declarada. Asistí a alguna de aquellas reuniones de redacción que se abrían a iniciativas y temas de actualidad. Desde el diario Madrid se iniciaron con decisión nuevas formas de tratar viejos problemas soterrados y esquivados por su “peligrosidad”: orden público, problemas universitarios, regionalismos, asociaciones políticas, etc… que la clase política franquista evitaba evocar, y que iban surgiendo en las páginas del Madrid.
En especial merece destacarse la línea de adhesión y fidelidad dinástica frente a la desdibujada Monarquía que deshojaba el General Franco sometida a su continuidad vitalicia en el poder. Tanto Calvo Serer, como Fontán y Valls Taberner, formaron parte del Consejo Privado de Don Juan de Borbón. Con Antonio Fontán coincidí varios años en Estoril al lado de quién considerábamos nuestro Rey y más tarde en 1978, también junto a Fontán, tuve el honor de firmar la Constitución de la Monarquía parlamentaria.
El Madrid “el más liberal de los periódicos españoles” como define el historiador Juan Pablo Fusi, se destacó por su lealtad y coherencia en la defensa de los derechos de Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona. Hay un editorial en julio de 1969 con motivo de la designación por el General Franco de su sucesor a título de rey que probablemente fue su sentencia de muerte y el origen verdadero de su desaparición y posterior voladura. La defensa de la legitimidad monárquica que mantuvo el diario no era tanto un problema de prioridades dinásticas como de desligar la monarquía “instaurada” por el General Franco de las Leyes Fundamentales en las que quería colocar al Rey “atado y bien atado”.
De ahí que los argumentos del Madrid en la defensa de la línea y orden sucesorio tuvieran un trasfondo eminentemente político y lo que estuviera en juego fuera sobre todo la legitimidad democrática.
Si la Constitución de 1978 no hubiera concretado en su artículo 57 que el Rey Don Juan Carlos I de Borbón era el legítimo heredero de la dinastía histórica, la Institución monárquica hubiera quedado “colgada” de unas Leyes Fundamentales que se reclamaban herederas directas de la victoria de una guerra civil que se pretendía superada.
Ese equipo de periodistas y políticos que hicieron posible la presencia viva de un diario libre e independiente en una etapa de controles gubernativos y dependencia ideológicas cerradas, merece el recuerdo y la adhesión de quienes vivimos aquellos años y de los que disfrutan hoy los valores por los que el diario Madrid tanto se esforzó en recabar.
Y se me ocurre pensar que no sería mala cosa que nuestra Corporación Municipal tuviera algún gesto en recuerdo de aquel diario que llevó en su cabecera el nombre de la capital de España y desapareció víctima de su empeño en mantener sus ideales que se encuentran hoy encarnados en la monarquía parlamentaria de Don Juan Carlos I de Borbón y por la Constitución. Así sea.
Treinta años después del cierre del diario Madrid, que dirigía magistralmente D. Antonio Fontán, es importante que el recuerdo de aquel atropello de la libertad de expresión permanezca vivo entre nosotros como testimonio de una época en la que la libertad no era la piedra angular del sistema de convivencia de los ciudadanos.
Es muy probable que a las jóvenes generaciones de españoles les resulte absolutamente incomprensible que el poder político pudiera cerrar un periódico sólo porque le molestaba su línea editorial pero eso ocurrió en un tiempo no tan lejano y no puede volver a pasar.
El amor a la libertad debe ser siempre la mejor y más sólida garantía de su defensa. La libertad es el bien más preciado que tenemos los seres humanos, es difícil de alcanzar y es difícil de preservar. Además, es indivisible y una mínima merma en el ejercicio de la libertad supone una quiebra para la libertad de toda sociedad. Por ello, todos los ciudadanos y todos los poderes públicos debemos estar siempre alerta ante cualquier intento de menoscabar la libertad de expresión, que, en definitiva, es la más clara expresión de la libertad.
En nuestros días ataques tan burdos como el que sufrió el Madrid resultan inimaginables, pero no podemos olvidar que la libertad siempre ha tenido enemigos y que estos enemigos de la libertad siempre intentarán limitarla y que siempre iniciarán sus intentos liberticidas amordazando la libertad de expresión. Una buena prueba de la vigencia que tiene la necesidad de defender la libertad de expresión la tenemos en los ataques que, en nuestros días, los terroristas totalitarios llevan a cabo contra aquellos periodistas que no se pliegan a sus exigencias. Ello, los terroristas y sus cómplices tienen que saber que siempre tendrán enfrente a todos los que amamos la libertad y a todos los que sabemos que la expresión es su mejor defensa.